Sin tener que hacer una larga cola en la puerta de
embarque, de aquéllas que tanto molestan a las azafatas, o no, porque se
obstinan en seguir las directivas de unas bienpensantes cabezas comenzando a
desordenar todo llamándonos por nuestra fila de asiento, me transporté al
pasado, al pasado muy remoto.
Cuando mis grandes preocupaciones eran llegar a casa,
comer cualquier cosa como merienda, principalmente pan con chocolate, y salir
pitando a la calle para jugar con los amigos, la exigua tecnología de la que
disponíamos para el ocio, los dos canales de Televisión Española, ofrecía una
cantidad de películas las cuales por desgracia no se programan, y si lo hace
algún canal, es temático en una plataforma de pago. Los sábados por la tarde,
acabados los dibujos, cuando mi padre hacía rato que había bajado al bar a
jugar la partida de dominó, mis hermanos mayores hacían de su desaparición un
misterio, para mí, hasta la llegada del crepúsculo; los pequeños o dormían la
siesta o jugaban en su habitación, y mi madre en la cocina, con su inseparable
radio doblando las voces de Marifé de Triana, Antonio Molina o Concha Piquer, fregando
los platos, yo esperaba en el sofá la película del sábado por la tarde de La Primera. La temática
rondaba entre las aventuras clásicas tipo Robin Hood, la de Errol Flynn, porque
exceptuando la
crepuscular Robin y Marian, las demás versiones me producen
más somnolencia que otra cosa, Ivanhoe, El halcón y la flecha, para pasar a la II Guerra mundial; tengo
un vago recuerdo de cómo era mi devoción por aquellas películas llegando a
tragarme lo que era un film propagandístico de los aliados en el que yo estuve
esperando el principio de la historia pensando en la pesadez de tan larga
introducción.
De todas las que vi el más grato recuerdo lo tengo por La gran
evasión por Steve McQuenn con su moto buscando una salida entre las
alambradas, aunque pensando bien no
estoy del todo seguro que fuera un sábado por la tarde, más si pienso en que
estábamos todos los hermanos, menos los pequeños, con mis padres delante del
televisor; es más, mientras voy escribiendo pienso que pudo ser un viernes por
la noche en el programa La
Clave. Ya se sabe, la memoria, tan maravillosa como
traicionera.
Una de las películas de las que guardo más grato
recuerdo es Beau Geste. Por culpa de Jacinto Antón y sus intervenciones como el
“Antropólogo Inocente” en el programa de radio A Vivir que son dos días” estoy rememorando muchos recuerdos, sobre
todo los libros de la
editorial Bruguera con ilustraciones y las películas de
aventuras, puestos a decirlo todo también es culpable de mis lecturas de Leigh
Fermor o Robert Byron entre otros, pero es un tema que abordaré más adelante.
El pasado día siete de este mes, en el programa antes mencionado, se puede escuchar aquí, presentando su libro Héroes, Aventureros y Cobardes, me hizo
rememorar esta bella película.
No voy a
caer en topicazo de poner “atención hay spoiler”. No. A quién le interese la
película puede comprarla tirada de precio. La voy a resumir muy rápidamente:
Legión extranjera y el siguiente proverbio árabe: “El amor de un hombre por una
mujer se desvanece como la luna, pero el amor de un hermano por un hermano es
permanente como las estrellas y perdura como la palabra del profeta.” Ayer la volvía a ver después de ¿treinta
años? y me siguió pareciendo una historia hermosísima. Dejé de lado todo el
bagaje de años y cientos de películas para volver a ser un niño disfrutando con
historias llenas de amor, amistad y aventuras. Por supuesto me refiero a la
versión del treinta y nueve de William Wellman, protagonizada por Gary Cooper,
Ray Milland y Brian Dolenvy. Las versiones posteriores no las he visto y
tampoco tengo intención en hacerlo.
Mientras escribía me ha acompañado el precioso disco
de la pianista donostiarra Judith Jáuregui Para Alicia. Inspiración Española.
Temas de Granados, Falla y Albéniz. La ejecución no tiene mácula alguna,
apoyada por una sensibilidad exquisita. Otra forma de viajar al pasado: una
casa con niños jugando, riendo e imaginado aventuras.